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"Oleaginoso" parece una palabra malsonante pero, en cambio, describe a la perfección la cualidad que hace mover las 300 toneladas de peso del GTC con un pequeño empujón. Los ingenieros lo han comprobado. Como un elefante balanceándose sobre la tela de una araña, el telescopio más grande del mundo es capaz de levitar gracias a la sencillez de una gota de aceite.
La capacidad de mover una superestructura de 300 toneladas sobre unos cojinetes de aceite que lo hacen flotar parece sobrecogedora. Una solución tan ingeniosa merece que a sus inventores se les dé el nombre de ingenieros.
Es comprensible que en tiempos del Imperio Romano tuvieran en tanta consideración a los Pontífices, ‘constructores de puentes’, puesto que cualquier alarde de ingeniería, ya sean acueductos o telescopios, es un extraordinario indicador de la salud científico-tecnológica y cultural de un país.
En las últimas semanas, se han desarrollado las pruebas de movimiento del Gran Telescopio CANARIAS, una apacible maravilla tecnológica que, no sólo posee la belleza del diseño aplicado a la tecnología, sino que todo él es una bella metáfora de la pericia humana. Por lo general, hay dos maneras de hacer las cosas, la simple y la difícil, y un número sorprendente de gente prefiere esta última. En el GTC, en cambio, las soluciones se miden por su viabilidad y, en la mayoría de las ocasiones, es la audacia y la sencillez la que lleva a los ingenieros a cruzar puentes que parecerían imposibles.
Como ejemplo, el sistema de cojinetes hidrostáticos que hace posible el movimiento de la gigantesca estructura mecánica del telescopio.
La prueba
Este curioso método, ya empleado en otros telescopios, permite que el GTC levite sobre una fina capa de aceite, de modo que un simple empujón es suficiente para mover de forma suave y precisa todo el telescopio con espejos e instrumentación incluidos, y sin provocar calentamientos ni desgastes.
El proceso se consigue inyectando aceite a presión entre dos superficies, lo que crea una película lubricante de 70 micras de grosor (una micra es más pequeña que una mota de polvo), suficiente como para que la estructura pueda deslizarse. Pero además, está regulado por un sistema que evita que el GTC pierda su preciado líquido, de forma que el lubricante que rebosa es canalizado y devuelto al telescopio con la temperatura justa.
Como el movimiento se demuestra andando, los ingenieros han conseguido dar empuje a la manivela de la moviola del GTC como paso previo a la puesta en marcha de sus motores. El tubo de la estructura, de 150 toneladas, ha resultado estar perfectamente equilibrado y se ha deslizado de forma precisa y pausada (en el video, el proceso ha sido acelerado), como una gota de aceite sobre una sartén recalentada.
La hidrostática y la vuelta al cole
La hidrostática es una parte de la mecánica que estudia los líquidos en reposo y la fuerza que se ejercen por o sobre ellos . Parece ser que esta disciplina recibe el nombre del griego Ydro, que significa “agua”, y Statikos, “que permanece firme o que pesa”. Se sustenta en dos principios que cualquiera ha estudiado en el colegio, y se acordaría si no fuera por ese sumidero en que se acaba convirtiendo la memoria: el Principio de Pascal y el Principio de Arquímedes.
El Principio de Pascal afirma que, al ejercer presión sobre un líquido, esta presión será la misma en cualquier otro punto del mismo fluido. De esta forma se puede conseguir que la fuerza resultante sea mucho mayor que la fuerza aplicada. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el sistema de frenos hidráulico de un automóvil, donde la acción del pedal de freno ejerce igual presión en las cuatro ruedas.
Por su parte, el Principio de Arquímedes establece que al sumergir un cuerpo total o parcialmente en un líquido, el cuerpo será empujado hacia arriba con una fuerza igual al peso del volumen de líquido desplazado por el objeto. Este principio permite que los objetos, cuando se sumergen en un líquido, puedan ‘flotar’ o que parezcan ser más ligeros, y sin tener que hacer dieta. Sólo así se entiende que en verano la paella no nos deje varados a la orilla de la playa.
En fin, no deja de impresionar de esta aventura oleaginosa que, bajo principios tan elementales, podamos mover de un simple cachete un enorme cíclope como el GTC. Esta sencillez recuerda la inscripción que el ingeniero romano Caio Lucia Lacer dejó escrita en el 106 d. C en el puente de Alcántara: Ars ubi materia vincitur ipsa sua (Artificio mediante el cual la materia se vence a sí misma). Una vuelta de tortilla por la cual la ley de la gravedad que hace caer a los objetos, en cambio, los mantiene firmes. En el fondo, la ciencia nunca dejará de tener en el ingenio, y sus especialistas, el mejor aliado.
Textos: Iván Jiménez